Solía ir a la vieja
estación de tren. No sabía muy bien por qué, pero aquel
sitio conseguía concentrar toda la paz que yo podía sentir. Todos los grandes
momentos de mi vida habían empezado subiendo a un tren en aquella estación. En medio del campo, alejado de todo; era un sitio de
grandes historias, de salidas, de llegadas, de encuentros y de huidas. Solía
sentarme contra una de las paredes laterales de la estación,
miraba al frente, lleno de hierba de color dorado, me fumaba un cigarro y
suspendía en el tiempo cualquier preocupación, problema o pensamiento. Allí no
existía nada, no pasaba nada. Simplemente, la vida sucedía con total
naturalidad, sin suscitar la más mínima duda al respecto. Respirar dejaba de
ser un medio para convertirse en sí mismo en un fin cargado de belleza.
Entonces lo vi. Recuerdo sentir
una especie de presión en el pecho, como una presencia muy fuerte. Pensé que
era porque no lo había visto llegar y me había pillado por sorpresa. Se sentó a
mi lado, me tendió un cigarro y se presentó. No recuerdo qué nombre utilizó ni
por qué no me sorprendió demasiado cuando me dijo: “Encantado, Elías”. Sabía mi
nombre, pero tampoco era muy difícil. Si vivía en aquel pueblo, era lo normal.
Todo el mundo sabe tu nombre. Su cara, al fin y al cabo, me resultaba familiar.
Parecía que estuviera tallado en mármol, como una cariátide masculina y
malvada. Tenía tantas cicatrices que el resto de la piel parecía injertada. Un
tipo duro, de los de toda la vida. Fumamos en silencio y contemplamos la
hierba. El sonido de las exhalaciones del humo y mi respiración -porque la
suya, si es que le había, era la más silenciosa que jamás he presenciado- eran
todo lo que escuchábamos. Y entonces empezó, sin excusas, sin introducciones.
-
Supongo que ya imaginas qué es lo que soy, o qué es lo que no
soy
-
No sé de qué me hablas
- Supongo que también sabes
qué es lo que eres
-
Lo cierto es que no tengo la más remota idea, ni tampoco
demasiadas ganas de averiguarlo
- Vamos, Elías, ¿no has notado nada? ¿No te preguntas por qué
vienes a buscar respuestas donde no hay nadie a quién preguntar? ¿Acaso no has
sentido nunca que no eres como el resto?
- Supongo que sí, pero supongo que como todos los demás. ¿Quién no
se siente especial?
- Oh, vamos, no me jodas. ¿Qué cojones tienes que ver con el resto
de la gente? Cuando tenías dos años ya mirabas donde nadie mira.
- Cuando tenía dos años
estaba en un orfanato, para tu información, y además no lo recuerdo
-
Bueno, yo sí
-
¿Quién eres?
- Bueno, esta cuestión siempre trae problemas. Así que déjame
empezar por el principio. No soy exactamente lo que ves, digamos que sólo en
parte, sólo aquí.
- Muy bien, puedes empezar, no puedo negar que tengo muchísima
curiosidad
- Digamos que me rebelé contra mi jefe. Decidí no agachar la
cabeza, no acatar porque sí, ya sabes de lo que hablo, todo ese rollo del
honor, el orgullo. Digamos que me despidieron, y no contentos con eso, me
apartaron y me denostaron. Me largaron al peor sitio que encontraron y contaron
toda una serie de historias horribles sobre mí. Fui el chivo expiatorio, el
cabeza de turco. El caso es que mi jefe tenía toda la maquinaria bien dispuesta
para cargar contra mí por casi todo. Cualquier cosa que él hiciera mal, en
realidad no la habría hecho él, si no yo. Cualquier metida de pata, era mi
culpa... Le venía genial, le servía de excusa para todo...
-
Yo también tuve un curro así, lo entiendo, tío.
-
El problema es que esta empresa es bastante más grande. Digamos
que conseguí hacerme fuerte, ser un rival lo bastante a su altura, podría
hacerle frente, podría contar a todo el mundo la verdad, que no es mi culpa,
que yo sólo quería un poco de justicia, sólo era alguien que no quería ser un
esclavo, ni siquiera de alguien que tiene todo el poder, que lo sabe todo, que
lo ve todo. Pero nunca conseguí tener su publicidad, su promoción. Su poder,
desde el punto de vista del marketing, es demasiado fuerte. Consciente de que
mucha gente empezaba a dudar de él, a cuestionar lo que sus altos cargos hacían
en su nombre, ideó la campaña definitiva. Tuvo un hijo con mucho más carisma
que él, con una imagen perfecta, le traspasó la empresa y le hizo dar la cara.
Lo cierto es que el hijo empezaba a ser demasiado poderoso y tenía sus propias
ideas, que empezaban a resultar un poco molestas. Así que lo quitó de en medio,
hizo creer que yo había manipulado a gente para que lo mataran, y con el hijo
enterrado, la cosa quedó redonda. Seguía teniendo su imagen y su carisma a su
disposición, pero esta vez con la boca cerrada. Un mártir de la causa, ya sabes
lo mucho que venden estas cosas. Digamos que me he hartado de esta mierda. No
soy el malo. Sólo reivindico el derecho a no ser bueno todo el tiempo, oh, por
favor, qué maldito coñazo. No quiero seguir aguantando este rollo. Todo se está
yendo a la mierda, y en parte, es por su culpa, por su jodido mesianismo, por
ese orgullo tan innecesario. Ahora yo también quiero un enviado, alguien que
cuente mi historia, la de verdad, que explique lo que yo quiero.
- ¿Quieres tener un hijo?
-
Verás, yo no puedo tener hijos
-
¿Y por qué me cuentas esto?
- Vamos, ¿no te estás dando cuenta? ¿No lo estás entendiendo?
Quiero que tú seas mi enviado, mi hijo.
-
¿Qué cojones...? Mira, ahora mismo tengo la sensación de que me
estás vacilando a base de bien. Si no he entendido mal toda
esa parrafada que te acabas de marcar, ¿Me estás diciendo que vienes a ser el
Ángel caído? ¿Expulsado por Dios al abismo por su rebeldía?
- No sea imbécil, Eso no son más que patrañas. Historias para
poder engañaros y manteneros atrapados en una red de mentiras. Qué harto estoy
de toda esta mierda.
- Bueeeeeno… -
el tipo se me había ofendido - Tampoco te lo tomes tan a la tremenda. Apareces
aquí de la nada y me cuentas un cuento, que la verdad, resulta bastante difícil
de creer. Coño ¡me estás diciendo que eres Satanás!
- Satanás,
Lucifer, Belcebú, Luzbel, Diablo, Demonio… La verdad es que el nombre no
importa. El mundo lleva toda la puta vida poniéndomelos. El verdadero es
Shaitan. Pero no soy ninguno de ellos. Y soy todos a la vez. No soy el puto
príncipe de las tinieblas. No soy la maldad. Sólo soy alguien que se negó a
pasar por el aro. ¿Sabes? Al principio, cuando sólo estábamos nosotros y él, yo
era el ser más bello y poderoso de todos los que le rodeábamos. Y ahora,
mírame, en esta estación, vieja y
solitaria. En un pueblo de mierda, tratando de convencerte de que te unas a mí.
Me quedé mirándolo. La verdad,
es que podría hacer del demonio en cualquier película. Hasta donde yo sabía, el
cabrón bien podía ser el mismísimo Satanás. Pero la verdad es que tenía
cierta inclinación a no creerme ciertas chorradas, y por muy sugerente que
fuera el jardín que aquel tipo plantaba delante mía, me parecía un puto flipado.
-
Oye, er… ¿Shaitán has dicho? No te lo tomes a mal tío, pero la verdad es que no
acaba de cuadrarme mucho tu historia. No sé, a mi todo ese rollo de la Biblia y demás no me va
mucho ¿Sabes?
-
¿Biblia? Por favor, la Biblia
no es más que la mayor obra de ficción de todos los tiempos. La Biblia es el primer vídeo
clip viral de la historia. ¿Sabes esa mierda de Madonna, Lady Gaga y todos esos
artistas Pop de provocar todo el rato? Pues todo eso lo han sacado de ahí.
Hermanos que se matan, vírgenes embarazadas, plagas que vienen del cielo,
crucifixiones… ¡Por favor! No sé, quizá me he equivocado viniendo hasta aquí.
Tal vez no seas quién busco, aunque todas las señales parecían indicar lo
contrario, me da que te falta fe.
-
¿Fe? Ja, sin duda. Ha llegado un momento en mi vida en el que solo creo
en lo que puedo ver.
- Mira
esto entonces.
Y de repente, levantó la mano derecha y
señaló un punto indeterminado en medio del campo de matojos que teníamos
delante. La lengua de fuego se elevó hacia el cielo unos buenos veinte metros y
permaneció allí, surgida de la nada, hasta que bajó la mano. Le miré
alucinando. Te lo estoy diciendo, me dijo, y lanzó
la colilla de su cigarro contra la torre naranja que había a nuestra derecha.
La colilla golpeó la estructura en una esquina. No sucedió nada. Nuestros ojos
se encontraron. Él sonrió, y entonces comencé a escuchar el sonido del acero
retorciéndose, mientras la torre se inclinaba peligrosamente sobre el lado
donde la puta colilla había impactado. Cuando la torre estaba a escasos cinco
metros de impactar contra el suelo, alargó de nuevo el brazo, señaló a la
estructura, y describiendo un ligero arco hacia la derecha, la colocó de nuevo
en posición vertical. Entonces cerró sus ojos grises, y permaneció en silencio.
Aparentemente meditando. Un par de minutos después, los abrió y me miró,
sonriendo.
Al principio fue sólo un lejano
rumor, pero unos segundos después comencé a reconocer el inconfundible
traqueteo de un tren. Miré mi reloj. A esa hora no había ningún tren previsto,
y sin embargo podía oír claramente el traqueteo y el característico silbido de
una máquina de ferrocarril. Miré hacia mi derecha, hacia el lugar de donde
procedía el sonido. Lo que vi me dejó sin habla. Efectivamente, un tren se
acercaba por la vía. Pude distinguir perfectamente su silueta en la distancia.
Era una locomotora. Negra. El afilado avance parecía flotar sobre los
travesaños, y unos metros por arriba, coronando la imponente y reluciente
máquina, una chimenea dejaba atrás una densa nube de humo negro.
-
Hay qué joderse!! – Exclamé.
-
¿Necesitas ver algo más?
-
¿Esto lo has hecho tú?
-
No, que va. La compañía nacional de ferrocarriles ha decidido volver a las locomotoras
de vapor. Son más baratas y contaminan menos…¡Por supuesto que he sido yo!
Estoy tratando de convencerte de que lo que te he contado es cierto. Y créeme, ¡Éste
es uno de mis mejores trucos!
El chirriar de frenos se hizo
insoportable mientras el tren se detenía en el andén justo delante de nosotros.
Evidentemente, no vi maquinista alguno. La locomotora tiraba de un convoy de
diez vagones de madera. Como no podía ser de otra forma, todos negros, a
excepción del marco rojo de las ventanas. A los largo del lateral del tren
podía leerse la frase “ HeLL AIN’t A BAd PLACe To Be” varias veces.
-
¡Guau¡ - suspiré - debo reconocer que es impresionante. Muy chulo. Está
claro que tienes algún tipo de poder. De acuerdo – le dije – me has
convencido. Digamos que eres el Diablo…
-
¡Joder¡ ¡No tío, no¡ ¿Es que no has entendido nada de lo que te he dicho? El
diablo no existe joder. Ni tan siquiera existe El Mal como tal. Sólo existen
diferentes modos de ver las cosas. Gente que quiere que todos vayamos por el
mismo camino, simplemente porque les resulta más sencillo y más cómodo. Y luego
estamos los otros. Los que decimos: No, ¡Basta ya! Tengo derecho a decidir mi
propio camino, tengo derecho a cuestionarte. Gente como tú.
-
¿Cómo yo? ¿Y qué coño sabes tú de mí?
-
Lo sé todo. Llevo años observándote. Nunca has seguido las directrices que la
sociedad te marcaba. Lo sé. Y no eres el único. Están los europeos del norte, y
esa masa de peludos con sus cuernos en alto. No es mucho. Pero es algo. Y hay
muchos más. Pero no se apoyan en mi imagen para justificar su individualidad.
Aun así, el mundo me lo atribuye de igual modo. Ya sea el dinero, las drogas o
el sexo. Todo aquello que no esté en su lista es tachado inmediatamente de
“malvado”, “diabólico”. Todo es malo si no cumple con sus propósitos. Y a Él le
parece fantástico.
-
Perdona un momento – el cabrón me estaba haciendo la picha un lío – hay algo
que no acabo de entender. Si no eres “el Diablo” ¿Qué más te da lo que digan
sobre él?
-
¡Me cago en la puta! Evidentemente no estás entendiendo nada. El Diablo es sólo
una imagen, una idea, un nombre que el mundo ha inventado. Y por supuesto se
refiere a mí. No soy el demonio, pero si soy aquél que osó enfrentarse a Dios.
Osé desafiar sus planes. No quise aceptar que vuestros caminos tuvieran que
estar marcados por una serie de absurdos parámetros, diseñados específicamente
para que lo adorarais para los restos. Pero, en toda su grandeza y poder, el
pobre no alcanzó a ver que su soberbia pudiera ser equiparada, a la mía.
-
Ya. ¿Y la frasecita del tren?
-
¿Eso? Bueno, ya sabes. Marketing. Tengo que aprovechar lo poco que tengo.
-
Vale, vale… Creo que ya entiendo. Lo que no alcanzo por ahora a ver, es que
pinto yo en todo esto.
-
Sé que te gusta escribir. Y sé que no lo haces nada mal. Quiero que escribas mi
historia.
-
Me parece que tú historia ya se ha escrito demasiadas veces.
-
No, esa no. Mi verdadera historia. Quiero que me acompañes. Una temporada. Y te
contaré y te mostraré. Quiero que recopiles la información y escriba un gran
libro contándolo.
-
Ya veo. Una especie de Biblia del Mal.
-
¿Ya estamos otra vez con la puta Biblia? Mira, llámalo como quieras. Pero
escríbelo.
-
Ya, pero según tú, la Biblia
– me miró abriendo mucho los ojos – perdón, lo que quiero decir es que, al
parecer, es una sarta de mentiras. Por qué tengo que creerme, o lo que es más
importante, por qué iba la gente a creer, que la tuya sí es verdad.
-
Bueno, como ya te he dicho, no sólo voy a contarte, también voy a enseñarte
cosas, cosas que espero te convenzan de lo que te cuente, para que puedas a su
vez contarlas con la fuerza de la certidumbre.
-
No sé, sigo sin entender muy bien por qué yo. Entre los miles de millones de
seres que poblamos el mundo, qué narices te ha hecho fijarte en mí.
-
¿De verdad importa? ¿Es algo que necesitas saber para hacer lo que quiero que
hagas?
-
No sé si lo necesito, pero tengo curiosidad.
-
De acuerdo, trataré de explicártelo…- sus ojos estaban fijos en mí, pero su
mirada me traspasaba - Espera un momento….
Me giré para mirar hacia dónde
su mirada se perdía. La puerta del tercer vagón se estaba abriendo. Segundos
después, un tipo apareció en el andén. Nos miró y empezó a caminar hacia donde
nos encontrábamos. Era más bien bajito, pero lleno de bultos, musculado hasta
la extenuación. Vestía vaqueros último modelo de un color azul indefinido. La
camiseta sin mangas, también azul, dejaba ver los tatuajes tribales que le
cubrían los hombros y dos gruesos cordones de oro en su cuello. Llevaba el pelo
corto, con el flequillo embadurnado en fijador para que le quedara de
punta. Se cubría los ojos con unas enormes gafas de sol de esas que han llevado
las señoras toda la vida, y que los “maquinetos” habían decidido que eran la
hostia de guays. El cabrón apestaba a reggaeton por los cuatro costados. Cuando
llegó a nuestra altura, estuve a punto de decirle algo sobre las gafas. Decirle
que no eran guays. Que normalmente, a un tío, las gafas de señora le quedan
igual de bien que un vestido estampado. En su lugar, dije:
-
Vaya, tela. Y tú, ¿Quién carajo eres?
-
Puedes llamarme Ismael.
-
¡Claro! Y yo soy el capitán Ajab. Ahora ya podemos ir a cazar ballenas.
-
Esto no tiene que ver contigo. Vengo buscando a Shaitán. De hecho llevo
buscándole varias vidas.
Shaitán se había levantado y
ahora ambos estaban frente a frente. Le sacaba al menos veinte centímetros,
pero era mucho más delgado. El otro parecía un pitbull, Shaitán era más bien un
gran danés. Estilizado pero poderoso.
-
Ismael. ¡Cuánto tiempo! Tenía la absurda esperanza de que hubieras abandonado
la búsqueda. Algo que, dicho sea de paso, sería bastante de agradecer.
-
Amigo mío, sabes que no puedo – el pittbull se levantó sus horrible gafas y se
las colocó sobre la cabeza a modo de diadema, sus ojos eran de un intenso azul
– no se me ha encomendado ninguna otra misión en la vida. Va siendo hora de que
vuelvas. Quiere verte.
-
Ya, no me cabe duda. Su popularidad está descendiendo a pasos agigantados.
-
¡No seas imbécil! Llevas siglos comportándote como un crío. ¿No crees que ha
llegado el momento de que dejes de hacer travesuras?
-
¿Travesuras? – Shaitán se acercó a Ismael. Su voz transformada en un estruendo
de furia – ¿Quién coño te has creído que eres para hablarme así? No eres más
que un maldito lameculos. ¡Vete por dónde has venido y no me molestes más!
Y levantando los dos brazos
hacia delante, lanzó a Ismael, sin tocarle, volando más de diez metros.
El querubín arrastró sus vaqueros de diseño otros buenos siete metros sobre el
andén de la estación. En cuanto se detuvo, se puso en pie
con un ágil y rápido movimiento. Parecía liviano como una pluma. Comenzó a
correr hacia donde nos encontrábamos. Comprobé con horror que sus pies no
llegaban realmente a tocar el suelo y avanzaba a una velocidad impensable para
un ser humano. Los brazos extendidos y la cara contraída en una mueca de rabia
y desprecio. Las gafas habían salido volando cuando impactó con el suelo.
Mejor, pensé, ahora pareces más malo, cabrón.
El tal Shaitán continuaba en su
posición. Inmóvil. Con aspecto de vaquero a punto de desenfundar, mientras
aquel engendro anabolizado volaba, literalmente, hacia él. Sólo en el último
instante, cuando apenas los separaban milímetros, Shaitán se apartó, girando
sobre su pie izquierdo. El querubín impactó contra la nada, provocando un
horrible sonido de huesos rotos. Yo contemplaba la escena perplejo. No conseguía
ver nada contra lo que aquel engendro pudiera haber impactado. Pero
evidentemente, había algo justo en el lugar donde sólo un segundo antes estaba
el cuerpo de Shaitán.
El tipo se levantó como pudo.
La ropa descompuesta. Pero su cuerpo no presentaba ni una sola magulladura. Se
encaró a Shaitán, sus rostros a escasos milímetros, para lo que tuvo que
ponerse de puntillas. Los ojos encendidos. Permanecieron así unos segundos,
desafiándose como dos toros bravos a punto de embestir. Pero al pequeñín no
debió gustarle demasiado lo que vio. Poco a poco sus músculos se fueron
relajando y muy despacio comenzó a andar hacia atrás.
- Ok, tú ganas, por ahora al menos. Pero sabes que esto no ha acabado. De hecho, no ha hecho más que empezar.
Y sin más se desvaneció ante
mis ojos.
Me quedé mirando al cielo
intentando ordenar aquello en mi cabeza. Sopesé la posibilidad de estar
soñando, de estar drogado, de estar siendo víctima de una cámara oculta. Sopesé
todas y cada una de las putas posibilidades excepto la de aceptar aquello. Pero
también pensé que, fuera lo que fuera, siempre podía pasarlo bien mientras se
esclarecía qué clase de broma era exactamente esto.
-
Así que Ismael. ¿Y quién es este?
-
Bueno, supongo que podrías llamarlo “ángel”, pero la verdad, no tiene nada que
ver con lo que te imaginas. En fin, un trepa, un pelota.
-
Ok, Shaitán. Estoy dispuesto ¿Qué tengo que hacer?
-
Acompañarme, nada más.
- ¿Sólo
yo? ¿Y no tienes apóstoles? ¿Y una chica? Ya sabes, por seguir el protocolo
-
Si es lo que quieres…
Levantó su mano, creó una
polvareda enorme y entre el humo aparecieron cinco tipejos con aspecto de
estrellas del Rock y una tía buenísima, con pinta de groupie
-
Te presento a tus putos apóstoles. Tienen una banda de Heavy Metal. Son viejos
amigos. Te acompañarán en el viaje. Ella es Auru, es un cielo, ya lo verás.
-
Ehm… encantado, tíos
Parecían buena gente. Seguía en
shock pero lo cierto es que tampoco tenía nada mejor que hacer. Aquello pintaba
divertido. En fin. Supongo que ni siquiera tuve la oportunidad para pensarlo
bien, en medio de trucos de magia, ángeles, demonios y gente que aparece de la
nada. Así que hice lo que hasta ahora había hecho cuando no podía pensar:
dejarme, llevar.
-
Perfecto, pues… ehm… ¿Nos vamos?
-
Nos vamos
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Continuará...
I saw the devil
ResponderEliminarThe contrary man
I saw the devil down the long, long road
He said to me, boy
He said to me, boy
He said to me, boy
I want your soul
OCkueiillll!
P.
Sabéis? Sólo esta parte ya es un relato completo, aún así, espero con mucho interés la continuación.
ResponderEliminarMuy divertida la escena de la frase del tren y la descripción de Ismael y sus gafas de señora.
Habrá descripción de los apóstoles? Los reconoceremos?
Lucky
Será Dios el ciclao más tocho? o más bien un galeno tipo Eufemiano?
ResponderEliminarEsperando la conti...
Gasss